Cuarto de primaria, un poco más
crecidito y más donadito por los supuestos segundos padres o sea los profesores,
a los cuales nuestros padres nos entregaban con culo y todo, bueno en este
nuevo año me toco como dirían hoy los jóvenes una gono… como profesor, Mario
Ortiz “El Chonto”, malos recuerdos con ese individuo; el señor tenía
una voz hipnótica, especialmente en las clases de sociales y de lengua
castellana, cuando llevaba alrededor de tres minutos hablando yo empezaba a
cabecear, entrando en un profundo trance, de pronto sentía que mi tusa y
pequeña cabecita se estrellaba con un muro, y yo pegaba tremendo salto del
susto y claro con el consabido chichón y dolor, era una almohadilla de grueso
palo, que el hp del “Chonto” me había tirado, para eso que el viejo tenía buena
puntería y siempre acertaba; además de
los reglazos cuando no dábamos las lecciones o cuando hablábamos en clase,
ojala que este malnacido se esté quemando con leña verde en el infierno por
mata-niños, porque la muerte no solo es física, también se mata el alma cuando
a reglazo limpio nos obligaron a estudiar, era si o si.
Quinto fue ya un paseo con el profesor Ananías
González (q.e.p.d), allí si encontramos una gran persona, un muy buen
profesor, lo más que recuerdo es que en la escuela habían debajo del piso, unos
pasillos enormes y oscuros en los cuales me metía a espantar murciélagos, por
ellos aprendí a fumar cigarrillo, alguno de mis hermanos, creo fue mi hermano Jaime
cogía murciélagos en las noches, en la bomba propiedad de mi padre, él amarraba
una regla con una piola y la hacía zumbar y efectivamente aparecían los murciélagos,
él nos daba la explicación del radar, que es la forma como los murciélagos
pueden volar, él colocaba un cigarrillo encendido en la boca de los murciélagos
y efectivamente ellos parecía que fumaran. Bueno ya en los pasillos, debajo del
piso de la escuela yo hacía lo mismo, de
pronto pensé, a que sabría el cigarrillo y empecé a fumar de unos cigarrillos
negritos que venía la otra vez (Petoral se llamaban) en este episodio de mi
vida, y de la vida de muchos, por no decir de la gran mayoría de esa generación,
de las anteriores y de las posteriores generaciones, que fuimos domados, el mayor aprendizaje de todos,
después de mucha lágrimas, sangre e infinidad de reglazos y almohadillazos
aprendí que “La letra entra con sangre”.
Hoy José Miguel y Juan Martín, mis amados
nietos, tienen todas las garantías de sus padres, sus tíos, sus abuelos y del
estado, para que desarrollen todo su intelecto, para que sean ciudadanos de
bien, para que hagan de mi amado Sevilla, un pueblo pujante y honesto,
y que trabajen para que nuestro País
tenga grandeza y desarrollo, además de
una convivencia pacífica.
Terminada la escuela, directo al colegio General
Santander, el antiguo colegio con el régimen militar del rector Perafan,
un pastuso que se creía “el putas en
pijama”, claro es que el colegio General Santander no era cualquier
cosa, era el mejor colegio de Colombia, con el honor de haber sido
dirigido por el ex presidente del Ecuador, José María Velazco Ibarra y haber tenido los mejores Bachilleres
Cortejar, yo con mi timidez ingrese al colegio, recuerdo que a los
exámenes finales todos iban cachacos, de corbata, recuerdo que en Segundo para
ingresar a presentar los exámenes, Edgar Suaza, Jair Zapata y Yo,
fabricamos unos chalecos de costales de
harina, nos los colocamos sin camisa, fuimos sin zapatos y con los pantalones
arremangados, recuerdo que nos tiraban terrones, y tuvimos que ingresar a
presentar los exámenes con mi padre a
bordo, porque Perafan no quería que entráramos.
Era época de
estudios, ah estudio… que vivencias, en el antiguo Colegio comenzó la formación
de mi generación, formación dura por el paso de la escuela al colegio, personas
nuevas, profesores nuevos, disciplina diferente, imagínense de venir de
meternos las Tablas de Multiplicar a reglazo limpio, encontrarnos con don Jaime
Villa, jefe de disciplina de la época, encontrarnos con profesores
especializados en las diferentes materias, recuerdo a un profesor loco que nos
enseñaba matemáticas, Rafo, tenía un solo vestido, que
lavaba de cuando en cuando y era tornasolado, de entre la mugre y la vejez;
anécdotas de colegio que van trascurriendo de año en año, de pilatuna en
pilatuna, de amores en amores, recuerdo a Gabriel y a Gabriela. Gabriela una
profesora de biología, tremenda minifalda, la misma que convulsionaba nuestras
imaginaciones en arreboles sexuales, tal vez por sus cortas faldas despertaron
las apetencias del sacerdote Gabriel Rivadeneira, lo que a la
postre motivo el retiro de la curia y posterior matrimonio de los mismos.
Recuerdo cuando
la toma del Colegio, que casi electrocutan al señor Gerente de las Empresas Públicas
Municipales, el señor Gerente llegó bien alterado para que se le abriera la
puerta de entrada al Colegio, puerta de barrotes de hierro, estilo cárcel, pero
más pulida, bueno, el señor Gerente llegó y se pegó de la puerta, con tan mala
suerte que los organizadores del paro le habían colocado un cable de energía,
además le habían vaciado un baldado de agua, resultado, el pobre señor quedó
pegado a la reja, rojo y le temblaba hasta su escaso pelo, fue una buena toma,
recuerdo que la mayoría de familias de Sevilla nos mandaban alimentos y
frazadas, yo era uno de los enlaces porque tenía la forma de entrar y salir del
colegio como un topo, tenía mi propio agujero, esto por las veces que llegaba
tarde, que por supuesto era casi todos los días.
Y así fuimos
avanzando entre año y año, anécdota en anécdota, recuerdo y recuerdo, hasta que
empezamos a descubrir el trago, rallábamos por cuarto de secundaria, preámbulo del mejor
tiempo de mi vida, quinto de bachiller, nacen inquietudes en mi mente, allí en
esta época nacen mis primeras letras, poesías y conceptos sobre religión
política y cosmología, con tan mala suerte que 10 años después muchos cuadernos
con todos mis apuntes, me los robaron en uno de esos robos que acurren a veces
en la vida.
Sevilla de mis
amores, donde he vivido las más bellas historias que puede tener un ser humano
corriente y común como yo, claro no tan común, soy Sevillano y por ello
no soy común, soy aprendiz de la cultura y de la sabiduría que caracteriza a
los Sevillanos y no me siento una persona más, soy de la cultura, soy de Bandola,
soy de las festividades, de la Semana Santa, soy Santanderino; Centro
Educativo donde transcurrió toda mi juventud, lugar de pilatunas, pero de
ciencia y aprendizaje, allí conocí y conviví con amigos de mi alma, allí me
enamore muchas veces, pero no tantas como en
La Calle Real, ahhh La Calle Real o del Yo-Yo, eran dos cuadras
de subir y bajar, dos cuadras donde las niñas manaban como si fueran manantial
de agua, niñas bellas como las de mi Sevilla, allí se escribieron hermosos
poemas, allí nos rendíamos al amor, recuerdo La Fuente y a Mi Sevilla con sus rokolas, 20
centavos y Los Payos, Javier Solís, Loe Dan, Sandro, Enrique Rodríguez; como
para dar inicio al romance, una cerveza y a esperar la novia o las amigas, para
que le trajeran a uno la razón que el amor estaba enfermo o castigado, recuerdo
El
Cortijo, Los Arrieros, La Ratonada, El Venecia, El Molino Rojo, recuerdo
a Richard,
él arreglaba radios y televisores, vendía licor, además, tenía una música
extraordinaria, recuerdo como si fuera ayer que era de los únicos lugares que
nos vendía trago en Semana Santa, recuerdo también que sosteníamos largas
charlas con él, sobre la protesta social; agnóstico y rebelde, Richard
se nos perdía de cuando en cuando a meterse su “turriadita”.
La Calle Real la vivíamos desde las primeras horas de la mañana, hasta altas horas de la
noche, hogar fraterno de reuniones con amigos, sitios de encuentro permanente,
enemigos no teníamos, rivales si, por sobresalir o por tener la compañía de las
mujeres bellas, recuerdo aun las largas caminatas que sosteníamos hasta muy
entrada la madrugada, por los alrededores de mi Sevilla del alma, recuerdo que
nuestro sitio de reunión era el parque de La Concordia, donde iniciábamos
largas charla de astronomía, de física, de matemáticas, de fútbol; cada uno iba
desarrollando su tema, algunos los desarrollaban todos. Los más sanos a dormir
temprano, los más noctámbulos como yo en esa época, recuerdo nos íbamos
perdiendo en la neblina mientras degustábamos un delicioso Pielroja.
Nuestros sitios
de “bebetas” el “Centro Social y Familiar” Alaska, decía su aviso y quedaba en
los bajos de la abuelita de la familia Gil,
los viejos y nuevos Cambulos, La Cumparcita, El Salón Social, sitos donde departíamos largas horas y a veces
días, con los amigos queridos y donde entablábamos largas polémicas, las que
terminaban en tremendas borracheras, luego a buscar a Silvio Henao y a llevar
serenatas se dijo, cantábamos mal muy mal, se nos escuchaba muy mal, pero era
el alma la que iba en esas destempladas notas.
Cuando por fin
logramos graduarnos, nos despedimos y allí termino todo.
A todos mis amigos del alma, gracias por
haberme regalado tantos y tantos recuerdos, por haberme regalado su sabiduría,
sus enseñanzas, su paciencia y su impaciencia, sus largas horas con las cuales
perfeccionamos una hermosísima amistad que perdurara por siempre
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